Kentucky Route Zero es una obra que se expresa con una monocromía gris, resultado del negro sobre negro, de nuestras dudas sobre las de los demás y de la desorientación, llegando a detallar por el camino perspectivas tan válidas para la vida como para el acto de la creación y de la asimilación de aquello que es producto de lo creativo.
Mirando al techo, la gente se pregunta cosas ¿Qué es una gran obra? ¿Es una obra un elemento que reúne cualidades que la convierten en sujeto de calidad, independientemente del acercamiento emocional que tengamos hacia ella? ¿El estímulo que pone el corazón a correr maratones y las preguntas al respecto de tal explosión química son elementos que no se relacionan entre sí? ¿Cómo se responde a esto?
Es como preguntarse si hay algo después de la muerte, aunque hay muchos que lo tienen bastante claro, basándose en una columna tan sólida como la de la historia del arte. Sin embargo, para mí el análisis artístico de la historia del arte no se diferencia mucho de lo que es la arqueología. Localizas un elemento que hay que ubicar en el espacio y el tiempo para entender por qué está ahí y para qué. La interpretación de las obras se basan en una serie de condicionantes históricos, como la época, la vida personal de quien creó la pieza o sus afiliaciones religiosas, que conducen a muy posibles -o directamente certeras- sentencias que definan su sentido de ser. Por esto, ver convivir el análisis de la historia del arte con un concepto como la interpretación, me acaba resultando algo contradictorio, pues algo interpretable, a mi juicio, es algo que se me asemeja más a lo gaseoso que a algo con una gravedad lo suficientemente pesada como para impedir un análisis desde otro tipo de flancos emocionales. Son cosas diferentes, ¿no? Durante uno de los interludios de Kentucky Route Zero, recibí un puñetazo durante una aparentemente inocente visita a un museo de arte contemporáneo que se describía tal que así:
“Y de igual forma que describen los límites exteriores de Chamberlain…”, la autora de las obras expuestas, “…como artista de instalación, las aristas y los vértices geográficos de su vida personal itinerante y el comienzo y final de su distinguida carrera, las obras aquí expuestas también delimitan los extremos de nuestras capacidades y las fronteras de nuestra paciencia como espectadores y como expositores.”
“¿Somos capaces de ver estas obras con la intención para la que el artista las diseñó? ¿De verdad queremos ser capaces?“
Este momento marca un cisma durante Kentucky Route Zero. La percepción pasa a transformarse en un conjunto de implicaciones emocionales que abre un camino directo hacia el campo de preguntas más importante, ese que empieza a cuestionarse cosas como el significado de el criterio, el gusto, del propio arte, del bien, del mal y, en conjunto, de entender una obra.
EL ALMA ENCAJANDO UN GOLPE, PRIMERO. ASIMILARLO, DESPUÉS.
Kentucky Route Zero es un maestro inigualable en técnicas de vuelo, desplazándose a toda velocidad por encima de la ambiguedad, observándola con atención para entender su naturaleza inestable y existencial. Espolvoreó especias muy concretas sobre mi pensmiento para llevarme a una desembocadura bastante contraria a lo que había asimilado, académicamente hablando.
He tenido largas conversaciones acerca de las normas que construyen nuestro pensamiento en relación a lo que observamos (criterio) y lo que perciben los sentidos (el gusto). En lo académico de la formación artística, el gusto no interfiere con la calidad de la obra en ningún caso. Una obra puede ser mala y gustarte.
Tengo serios problemas con esta sentencia.
Que la emoción condicione el filtro a través del cual se tamiza cualquier elemento nacido de la creatividad, es algo que creo inevitable. Si esa separación existiera, entendería que existe una secuencia universal de normas que es capaz de distinguir lo grande de lo mediocre, ignorando las emociones. Es válido para hablar de historia o de la forma que tiene el mercado de educar en torno a una tendencia, pero no puede hablar de mí. El criterio está estrictamente condicionado por el gusto, y es esa sinergia la que construye la perspectiva al respecto de lo creativo, una perspectiva que considero que nos hace crear sobre la obra y que nos hace asimilar lo sensible desde prismas variados. El placer o el deleite es directamente detonador de un nuevo condicionante para establecer nuestro juicio como jugadores, espectadores y lectores. Luego, toca reconocer dónde se han producido tales detonaciones, lo que nos llevará a un precioso viaje a través del cual nos conoceremos a nosotros mismos. Esto trasciende el bien y el mal que, en lo creativo, para mí tienen cada vez menos sentido.
Funcionar de manera contraria a esto me lleva a no aceptar mi sensibilidad o a huir de algo que, en realidad, me está estimulando. Es una disonancia cognitiva que acoge sensaciones maravillosas y la teórica aceptación de su baja posición dentro de su medio. La interpretación es magia y es tu propio sortilegio, independientemente de si crees que estás tirándote un triple desde Andrómeda. Así lo sientes, ergo, existe. Entiendo que esto tiene implicaciones peligrosas para según qué sentires, pero lo dañino, en este caso, no tiene cabida.
Sin embargo, lo que también existe es la duda y el autocuestionamiento, sobre todo si la raíz de este análisis nace desde Kentucky Route Zero. No da ninguna lectura por falsa, porque lo que creo que hace Kentucky Route Zero no es plantear los temas y la relación entre ellos, sino sembrar la duda. Mis palabras no son indiscutibles, por mucha seguridad que tenga en mi análisis. Lo creativo siempre aparece con una nueva forma de autocuestionarse y de derribar nuestros discursos. Kentucky Route Zero habla sobre crear y sobre la vida, ambas cosas nacidas para evaporarse.
Por ejemplo, estas palabras que acabo de esputar pueden resultar insostenibles y blasfemas para según quién y, para continuar con la tónica, un pensamiento basado en la interpretación y el criterio como producto de la emoción explicada, alejada de una perspectiva universal que se cree así misma como un control de calidad -destruyendo la existencia del concepto de calidad- en vez de entenderse como una herramienta de análisis histórico, no podía llevar a otra parte que a esta desembocadura. El propio párrafo que introdujo esta reflexión dice: “¿De verdad queremos ser capaces?”. ¿De verdad queremos filtrar nuestros pensamientos a través de los autores para aceptar una verdad ajena en lugar de la nuestra? Sé que separar las interacciones entre el criterio y el gusto no implica, necesariamente, hablar de la intención autoral como la última verdad, pero creo que lleva hacia otro tipo de asunciones globales y demás objetos contundentes. ¿Acaso me dispongo a definir el arte? No, eso no volveré a hacerlo jamás. Es, quizás, una reivindicación peor.
LOS HIJOS NACEN, SE RELACIONAN Y CAMBIAN. LOS AUTORES, AL TIEMPO, MUEREN.
Justo después de decir que la obra tiene valor por sí misma, viene la muerte de la autoría. Yo también me dedico a crear y puede parecer que me esté tirando piedras sobre mi tejado, pero nada más lejos de la realidad. Si en algún momento tengo una intención que quiero que el público entienda, es la de que no me gustaría que intentaran descifrarme o adivinarme. Quiero que, sea lo que sea que tengan entre sus manos de mi autoría, pase a ser algo suyo, porque es así como funciona por física pura o, al menos, eso creo. Yo existo para construir un código y yo he tengo una contraseña, mi propia contraseña, para abrir esa caja fuerte. Es el deber de los lectores, espectadores y jugadores encontrar una contraseña personalizada.
Hace un tiempo, en un antiguo artículo, escribía esto sobre Kentucky Route Zero:
Aquí el artículo: https://redlegacycomics.com/kentucky-route-zero-el-camino-de-las-sombras/
“Al final, en un museo, lo que observamos son reflejos de personas. Sus sombras. Los contornos que dan la identidad. Tras nosotros, el sol proyecta nuestra forma sobre las formas de otras personas, y se mezclarán y se contaminarán unas de las otras. Sombras interpretando sombras y generando conclusiones propias. Son espectros que se enlazan a otros para intentar entenderlos. Son representaciones fieles de lo que nos codifica como personas, y serán los demás las encargadas de dar su propia solución a cada uno de nuestros códigos. La variedad de resultados es siempre algo fascinante”.
Estoy convencido de que Kentucky Route Zero no solo trata de hablar de cómo filtramos el significado de las palabras y de cómo cada individuo necesita asimilarlo -o no- de forma diferente, dejando un espacio importante a aquellas cosas que no podemos responder, sino de lo que esto implica en nuestra interacción con lo creativo.
Todos los días de nuestra vida creamos sobre lo que otros crean. Kentucky Route Zero necesita tu respuesta.