El legado de The Boss inicia un viaje que lo diluye en la atmósfera, con la obligación de regresar a su esencia más primaria.
“¿Y tú, Jack? ¿Qué vas a elegir? ¿Lealtad a tu país o lealtad a mí? ¿Tu país o tu antiguo mentor? ¿La misión o tus creencias?”
Estas son las palabras de The Boss que, allá por el 2004, enseñaban una pequeña parte de las profundas raíces del complejo discurso desarrollado a lo largo de la saga ‘Metal Gear Solid’. Recorriendo más allá de esta sentida frase, en la que escogemos entre ser dominados o ser libres, podemos encontrarnos con otra respuesta complementaria, invirtiendo el reflejo del espejo: Tu misión no es la patria, sino tus seres queridos. Luego, la patria son las creencias.
Este es el legado de The Boss. Un legado fragmentado en diversas piezas que, tras despegar y volar hacia los lugares más recónditos, son asimiladas por sujetos que ignoran tener, únicamente, un componente perteneciente a un todo. Así, tras el comienzo de ‘Metal gear solid 4: Guns of The Patriots’, solo veremos a un grupo de disonantes cognitivos que, al mismo tiempo que intentan enmendar un error, no se encuentran capaces de otra cosa que resignarse a buscar un equilibrio entre la guerra y la paz. Incluso Solid, rebautizado como Old Snake, rodeado de esta clase de disonancia, pone las orejas y prefiere no responder. Su cuerpo pesa y no tiene energías para esto, pero, aun así, decide avanzar. Por una vez en su vida -tristemente, es el final de su vida-, la misión tiene un sentido por el que merece la pena luchar: la verdad. Su naturaleza de herramienta equipada con obsolescencia programada no le ha dejado espacio para pensar con claridad. Está dispuesto a encontrar ese espacio, y lo quiere para él y para sus seres queridos.
El viaje para encontrar un lugar en el mundo de las ideas, lleva a Old Snake a toparse con una de las piezas extraviadas de lo que The Boss dijo una vez. Esta pieza, representante superficial de la armonía, se convirtió en un monstruo que, luego, al ser reconocido por sus creadores, se transformó en un pecado fundamentando en el moralismo. El bien que la gente no sabía que quería. The Boss se retuerce en su tumba mientras recuerda, cada día, cómo su alumno -antiguo Naked Snake, actualmente Big Boss- construyó el monstruo del egoísmo individualista, a la vez que observa con interés cómo Solid Snake, testigo de la misma traición que estos soldados legendarios sufrieron, elige el camino de abandonar la misión y comenzar un camino de aprendizaje diferente. Los hijos de The Boss encarnan la esencia de un ser humano perdido que intenta encontrar el significado original de la libertad, y solo ellos podrán dar con la solución final, cargando con el encriptado obstáculo de su difícil condición de engranaje metálico, extremadamente sólido e irrompible que mantiene este sistema. Un sistema que, aun convencido de haberlo esquivado, siempre te ha tenido en cuenta.
El final del camino reúne a los desorientados. Un viejo y harto Snake se enfrenta a la otredad al verse las caras con Big Boss en ese cementerio, donde un mundo morirá para que el otro nazca. Allí, alguien ha reunido todas las piezas de las palabras de The Boss. El momento parece haber llegado tarde, pero no es así. Ha sido justo a tiempo para que, los que no tienen salvación, puedan irse al otro mundo pensando en que han hecho lo correcto o, al menos, con la sensación de haberlo hecho.
“Vosotros y las bestias no sois muy diferentes. Sois las retorcidas sombras que llegaron a este mundo. Cuando una bestia entra en la luz, a menos que esa luz se apague, las sombras no se borrarán. Siempre y cuando haya luz, de nada servirá intentar borrar las sombras. Para que todo vuelva a la normalidad, habrá que extinguir la luz y, cuando eso ocurra, vosotros os extinguiréis también”
Ocasión idónea para recordar estas palabras de Big Mama, anteriormente conocida como EVA en ‘Metal Gear Solid 3: Snake Eater’, pronunciadas momentos antes de morir. Es el testigo de la forma verdadera de una idea plantada desde el inicio de ‘Metal Gear Solid 4’, cimentada en la desgana por luchar y una especie de autoconvencimiento basado en entender que, si el sistema desaparece, la balanza que están a punto de usar a su favor lo hará con él. Big Mama otorga un giro a la traducción de esta idea sobre las equivalencias energéticas para que la vida fluya a través de ellas, convirtiendo los dos grandes poderes, luz y oscuridad, en otros conceptos con los mismos sustantivos.
Big Mama, Big Boss y lo que interpretaron de la gran maestra, los llevó a construir un gran faro que iluminaría a los perdidos en las violentas aguas de esta vida, sin darse cuenta de que, lo que estaban haciendo, era algo sostenido en una retorcida columna que, más tarde, podría recibir el nombre de la dominación. Un foco de luz artificial, proyector de lo que es la verdadera oscuridad, y no de aquello a lo que se le llama anochecer. The Boss quería un mundo previo a ese faro pretencioso, anterior al momento en el que los seres humanos tomaron consciencia de que vivían en un planeta y decidieron someterse unos a otros. Nunca habló de bien y de mal, habló de no dominar ni de ser dominado. Habló de no someter a los demás por un supuesto bien común. Habló de abandonar la misión, de dejar de ser una pieza en el juego de grupos que se jactaban de poseer los saberes superiores y de ayudar a los demás a tomar consciencia sobre su función como pieza y señalar un nuevo punto de partida donde la gente pueda proporcionarse bien entre sí.
The Boss solo sabía hablar del sol, de la luna, del cielo azul y las estrellas, y Big Boss lo supo aquel día, en el cementerio donde descansaba su maestra, tras haber fracasado intentando crear un lugar mejor y acabar definiendo un espacio que, por muy libre que se proclamara, seguía al servicio, no de ellos mismos, sino de las guerras de un puñado de poderosos. Al servicio de la misión, ese sometimiento sobre uno mismo para someter a otros.
Big Boss y Snake son sombras monstruosas, producto de la desesperación y sin la capacidad de desprenderse de sí mismas, descubriendo a la muerte como la única solución posible, pero, ese día, fueron libres para equivocarse y para ayudar, sin dominación, sin querer dominar y sin luces cegadoras o monstruos irresolubles. También con incertidumbre y miedo sobre si, aquello que ocurrió por fin, fue o no lo correcto. Las ideas que aquella fuente de luz dejó en la superficie han filtrado hasta las profundidades de la corteza terrestre. Aun así, algo le esperanza existe entre esas dudas. Siempre la hay.
El mundo se merece una oportunidad para sentarse y pensar sobre lo que siente, y para eso necesitaba espacio y tiempo. Es la clave del entendimiento. Es el verdadero legado de The Boss.