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A día de hoy sigo pensando en el Red Dead Redemption 2

Recordando el Álamo

Es una sensación extraña cuando algo te está ocurriendo y no sabes que lo vas a recordar por el resto de tu vida. Quizá sea un beso, una discusión, una espera demasiado larga en un hospital, o incluso el momento en el que un plato lleno de sopa se te cae en medio de la alfombra nueva que acababa de comprar tu madre. Lo que suele pasar cuando te ocurren estas cosas es que en muchas ocasiones simplemente estás disfrutando (o sufriendo, intentando limpiar la alfombra manchada de sopa) y no le das muchas más vueltas, sin ser consciente de que van a pasar a formar parte de ti. Obviamente hay infinidad de momentos que puedes recordar si te pones a echar la vista atrás, pero me estoy refiriendo a esos que parecen quedarse contigo todo el tiempo, en los que se te vienen a la cabeza de golpe sin tener que esforzarte en pensar tú en ellos.

A mí esto me pasa con el Red Dead Redemption 2.

A ver, obviamente me pasa con más cosas, pero ya que esto es una web de videojuegos vamos a hablar de esto, y no de lo mucho que cuesta sacar una mancha de una alfombra.

Cuando me enteré de que iba a salir el juego, allá por 2016, recuerdo emocionarme ya que el primer juego creí que me habría gustado de habérmelo pasado. Sí, efectivamente, no me había pasado el primer juego pero yo hacía como que sí lo había hecho. Al verano siguiente ya por fin me puse en serio: saqué mi Xbox de un armario, la conecté a la pantalla de mi ordenador y empecé y terminé aquel juego en menos de una semana. Cuando me pongo a pensar en aquella semana recuerdo lo mucho que disfruté acompañando a John Marston en aquella aventura, quedándome hasta las tantas desollando animales o buscando lebrílopes en aquel amplio desierto. Recuerdo a los personajes que habitaban aquel juego, las zonas en las que vivían y los sonidos de las balas al salir de mi revólver cuando apretaba el gatillo. Fue un juego que me encantó, haciendo que empezase a consumir cine y literatura ambientada en esa época, descubriendo así obras que agradezco haber encontrado y hoy en día supongo que están entre mis referentes.

Soy una persona con bastante paciencia, así que la espera a la salida de la segunda parte de aquel juego no se me hizo demasiado larga. De hecho ni lo compré de lanzamiento. Había un par de amigos de la uni que me decían que ellos lo tenían reservadísimo, y que si lo reservabas nosedónde te ahorrabas nosecuánto. No llegué a hacer ninguna reserva, gracias a Dios, ya que todos los juegos que reservo parecen salir mal parados. Watch Dogs, Cyberpunk y Biomutant son las tres únicas reservas que he realizado, y menos mal que al Red Dead 2 no le cayó la misma maldición.

Lo compré bastante más adelante en un Carrefur. Creo que ya había pasado medio año desde su lanzamiento. Puede ser que más. Empecé a jugar al cabo de unos días, de madrugada, cuando toda mi familia por fin se iba a dormir y la televisión se quedaba libre. Aquella primera noche no llegué a jugar, ya que solo en instalarse estuvo más de una hora. A la noche siguiente ya por fin pude probarlo. Cogí el mando de la play y me puse a ello. Al principio me saturó un poco, todo sea dicho. La gran cantidad de personajes que te acompañaban, los controles contextuales, lo basto del mapa y la cantidad de animales a los que cazar me echó un poco para atrás. Pensé que iba a tener que involucrarme más de lo que yo quería, que iba a ser una forma artificial de alargar la experiencia y que quizá no lo terminaría. No fue así. Lo que tomé como elementos separados que me daban tanta pereza resultaron formar parte de un todo que era increíblemente disfrutable. Tus compañeros forajidos iban a la ciudad, en la ciudad te decían dónde cazar animales, y estos animales podían servir como suministros para tu grupo de bandidos. Esta coherencia a la hora de crear el mundo hizo que me metiese completamente en él, dejando de ser yo por unas horas para pasar a ser Arthur Morgan.

Durante esa época el momento más feliz de mi día solía ser aquel rato delante de la televisión a horas intempestivas. Me encantaba zambullirme del todo en aquel mundo, que mi personaje se levantase pronto para hablar con los personajes que habitaban el campamento mientras os tomáis un café u os tomáis un guiso de lo que sobró la noche anterior. Poco a poco, dejé de percibir a estos NPC’s como algo artificial y empecé a percibirlos como mis compañeros, haciéndoles favores o sentándome a su lado a hablar si veía que algo malo les ocurría.

El primer momento en el que me eché para atrás y me di cuenta de lo increíble que era lo que estaba viviendo fue en una misión del capítulo 4. Resultaba que habían secuestrado a uno de los jóvenes que formaban parte de nuestro grupillo de forajidos, y tras una larga noche conseguimos traerle de vuelta al campamento. Ya anteriormente habíamos festejado la llegada de otro de nuestros integrantes, pero en esta ocasión fue mucho más importante. La desaparición del joven había tenido preocupados a bastantes de mis compañeros, comentándolo a la hora del café o intentando consolar a su madre, por lo que cuando aparecimos de vuelta, con él montado en uno de nuestros caballos la felicidad inundó aquel campamento. Nos sentamos todos frente a la hoguera y Javier Escuela se puso a cantar cielito lindo a la guitarra, mientras que alguno de nosotros intentaba hacer de corista. La noche fue avanzando y algunos se fueron a dormir, ahora un grupo más reducido seguíamos bebiendo y celebrando, aunque ya no sé si recordábamos el motivo de aquella fiesta. Cuando el sol empezó a despuntar entre las montañas del horizonte, ya solo unos pocos quedábamos en pie, ahora ya hablando de temas más profundos o simplemente mirando al fuego. Cuando por fin decidí irme a dormir y la pantalla se puso en negro me di cuenta de que no había estado jugando a estar de fiesta, había estado de fiesta.

El juego siguió avanzando, y yo todas las noches decidía convertirme en Arthur Morgan y vivir en aquella época y obrar como mejor podía mientras me debatía si había alguna forma de redimir toda una vida de malos actos. Acabé cogiendo un cariño inmenso a muchos de los que me acompañaron hasta el final de la historia. Personajes que al principio me parecieron demasiados pasaron a ser personas por las que me preocupaba una vez volvía al campamento. Y no solo mis compañeros, recuerdo con mucho cariño a ciertos habitantes de cada uno de los pueblos por los que pasaba, ya fuese para comprar provisiones, o simplemente dando un paseo para relajarme.

Cuando por fin se acabó y vi los créditos pasar por delante de mis ojos no pude evitar llorar. Sabía que podría seguir jugando, consiguiendo coleccionables o descubriendo cosas que había dejado sin ver (descubrir por completo el mundo del juego es imposible), pero volver a vivir la experiencia que había sido zambullirme del todo en la vida de Arthur Morgan sabía que era imposible. Sonreí amargamente, pensando en qué iba a ser de mis compañeros de campamento o de aquel mendigo cojo de Valentine. Pero bueno, la vida siguió.

Unas semanas después, ya cuando por fin estaba totalmente descansado al no haberme quedado hasta las tantas jugando a la play, pensé de repente en Sadie y en Charles, dos de los personajes de aquel juego, y en si estarían bien en aquel momento. Pensé en Strawberry y lo mucho que me gustaba cabalgar hasta allí aunque solo fuese para observar el río, y recordé aquella vez que me quedé quieto delante de un oso para que no me atacase y, gracias a Dios, funcionó. En aquella ocasión creí que era algo puntual, era normal pensar en un juego que me acababa de pasar, pero esto se fue repitiendo paulatinamente, hasta llegar al día de hoy.

Estaba yo tranquilamente trabajando una mañana cualquiera, cuando me enteré de que había pasado una cosa en mi pueblo que tenía que ver con puñetazos y dos bandos con razones diferentes, y lo primero que pensé fue “¿Qué habría hecho Arthur Morgan?”. Sé que a algunos esto les puede resultar raro, incluso enfermizo porque un videojuego me haya comido el tarro de tal forma, pero para mí esto simplemente es una muestra más de que este medio es capaz de hacerte sentir, e incluso vivir, algo de una manera muy especial. Siendo capaz de mostrarte puntos de vista o darte a conocer a personajes que te van a marcar, permitiéndote además escapar de la realidad durante un rato, y haciendo que cuando vuelvas a ella hayas mejorado. Ya sea en saber cómo gestionar mejor un sentimiento, habiéndote conocido un poco mejor a ti mismo, o incluso sabiendo ahora cómo conseguir una puntuación más alta en un juego de aviones disparándose entre ellos, un videojuego en rara vez te deja indiferente.

Porque cuando apagué la play, Arthur no se quedó ahí. Él se quedó en mi interior, y parece ser que lo llevo a todas partes conmigo.